Bueno, ya se que os prometí en mi última entrada del blog, Patagonia, al sur del sur, que continuaría con mi viaje por Patagonia muy pronto. Ya decía Einstein que el tiempo es relativo y con este añito que nos ha tocado vivir… En fin, no pongo más excusas.
Dejé Temuco un poco desilusionado por no conseguir entrar en la comunidad Mapuche, pero lleno de ilusión por los casi dos meses que me quedaban de viaje por Patagonia .
Los lagos
Desde Temuco puse rumbo a la región de los lagos. Mi primera parada fue Puerto Montt, capital de la región. De allí es una amiga mía, ella hace años que vive en Europa, pero su familia aún vive en la ciudad. Me quede un par de días y luego me dirigí a la isla grande del archipiélago de Chiloé, mi verdadero destino en la zona.
Cuando los españoles llegaron a Chiloé le pusieron por nombre Nueva Galicia y la verdad es que razón no les faltó. En Chiloé la lluvia y la niebla parecen perennes. Todo esta cubierto de verde. Es una tierra húmeda y fría. Solo la separan cuatro kilómetros del resto del país, pero nada más llegar te das cuenta de que estás en un lugar muy distinto.
Visite varios pueblos con sus peculiares palafitos, casas sobre largas estacas, y sus bonitas iglesias de madera patrimonio de la UNESCO. Luego pase tres días en el parque nacional de Chiloé, donde hice un trekking a lo largo de la costa, muy bonito, pero bastante duro y MUY húmedo.
Fue una caminata de ida y vuelta atravesando varias playas conectadas por pequeñas colinas. El primer día no llovió mucho pero la niebla y la humedad no se quitaron durante todo el camino. Llegué a la zona de acampada justo cuando empezaba a llover más fuerte, un grupo que ya estaba instalado y con la cena casi lista me invito a unirme a ellos. No le podía decir que no a una sopa caliente. Eran unos estudiantes que estaban de vacaciones recorriendo el sur de su país. Pasamos un buen rato, hasta que la lluvia empezó a apretar y nos tuvimos que meter en las tiendas. No dejo de llover en toda la noche…ni en todo el día siguiente. Tuve que hacer el camino de vuelta, unas cinco horas, bajo la lluvia. No recuerdo haberme mojado más en toda mi vida. Llegue al hostal donde me quedaba esa noche calado hasta los huesos…literalmente. Toda una experiencia.
La carretera austral
Volví a Puerto Montt para coger un autobús que me llevase hacia el sur a través de la carretera austral.
La carretera austral comienza en Puerto Montt y termina 1240 kilómetros más al sur, en Villa O`Higgins, después de haber atravesado multitud de fiordos, glaciares, volcanes, bosques milenarios,…sin duda uno de los recorridos más espectaculares de nuestro planeta.
Mi primera parada fue Chaitén, un pueblo enterrado en la ceniza que soltó el volcán del mismo nombre durante su última erupción en 2008. En estos lugares te das cuenta del verdadero poder de la naturaleza. No muy lejos de allí se encuentra el parque Pumalín en el que pasé un par de días recorriendo sus bosques.
Continué mi camino hacia el sur hasta llegar a La Junta, un pequeño pueblo en el que vivía una de las mejores amigas de mi amiga de Puerto Montt con su marido. Mi idea era pasar un par de días en el pueblo y luego continuar hacia O’Higgins, pero a veces las cosas no salen como se planean.
Huelga
La Patagonia chilena es un lugar en el que falta de todo. Faltan hospitales, universidades,… La gente ya estaba cansada de tener que hacer un largo viaje hacía el norte para solucionar muchas cosas que se podrían solucionar en el mismo lugar si el gobierno invirtiera dinero en la región. Comenzaron una huelga.
Allí no se toman las huelgas a la ligera. Cortaron la carretera austral con barricadas y la gasolina comenzó a escasear rápidamente. Quedé atrapado en La Junta. Seguir viajando por la parte de la Patagonia chilena era imposible y no sabía cuanto podía durar la situación. Mi única opción era encontrar alguien que me quisiera llevar hasta la frontera con Argentina y continuar mi viaje desde allí.
Tarde tres días en encontrar a alguien que se apiadara de mi. Cada día pasaba la mañana junto a la carretera haciendo auto-stop hasta que una pareja me recogió y me dejó cerca de la frontera. Antes de despedirnos me regalaron un bocadillo y una botella de vino para que pudiera continuar mi viaje bajo la lluvia con alegría.
El puesto fronterizo estaba cerca del parque nacional de los alerces que aunque en principio no estaba en mis planes, me dije: ¿por qué no?
Patagonia argentina
El parque de los alerces está en plena cordillera andina. Un lugar hermoso, lleno de lagos y bosques frondosos. Pasé un par de días recorriendo el parque y luego continué mi viaje hacia el sur.
Me esperaba un viaje en autobús de casi 24 horas desde Esquel a El Calafate. 24 horas en las que el paisaje prácticamente no cambio. La Patagonia argentina es una planicie seca, sin apenas vegetación. Kilómetros y kilómetros de una inmensa nada.
El Calafate es la puerta de entrada al glaciar Perito Moreno. Hay lugares que da igual los documentales o las fotos que hayas visto, nada le puede hacer justicia. El Perito Moreno es sin duda uno de los lugares más impresionantes en los que he estado. No se como describirlo con palabras, simplemente hay que estar allí para vivirlo. No dejaré de emocionarme cada vez que recuerde el rato que pasé junto a él.
Aún en shock después de mi visita al Perito Moreno, al día siguiente hice una excursión para ir a ver el monte Fitz Roy. Una impresionante pared de piedra famosa entre los escaladores por su extrema dificultad.
Torres del Paine
Volví al lado chileno para llegar a uno de los destinos que tenía marcado en rojo, el parque nacional Torres del Paine.
Podría hacer una entrada del blog hablando solo de las Torres. Naturaleza pura. Todo un espectáculo visual.
Me decidí por la ruta conocida como la ‘W’. Cinco días en los que recorrí tres valles a cual más espectacular.
La «pata» derecha de la w te lleva hasta el mirador las Torres. El lugar más icónico del parque. Después de una buena subida, llegas a un pequeño lago glaciar con tres picos de granito al fondo. Un lugar hermoso. El agua del lago os aseguro que estaba fría.
La «pata» central es posiblemente la que más me impresiono. Caminas por un bosque hasta que poco a poco se va despejando y de repente te encuentras rodeado de unas inmensas paredes de granito. Me sentía como una estrella de rock en medio de un estadio abarrotado. Pequeño, insignificante, pero a la vez poderoso.
Por último, la «pata» izquierda. Comencé a caminar bordeando un lago lleno de icebergs hasta que descubrí a lo lejos de donde venían. El glaciar Grey. Una impresionante masa de hielo que a cada paso que daba se iba haciendo más grande.
Los días en las Torres fueron realmente increíbles, pero el viaje tenía que continuar.
El estrecho de Magallanes
Llegué a Punta Arenas, una ciudad a orillas del estrecho de Magallanes. Desde allí contraté una excursión que te llevaba en barco hasta una pequeña isla en medio del estrecho donde pasan el verano austral una colonia de pingüinos de Magallanes.
Salimos al amanecer. ¡De repente me encontraba en un barco en medio del estrecho de Magallanes! Hace 500 años Hernando de Magallanes navegó por este paso marítimo para completar la primera vuelta al mundo demostrando así que la Tierra es redonda. Hasta la creación del canal de Panamá fue la única ruta marítima para cruzar del Atlántico al Pacífico. Cientos de personas han vivido aventuras en sus aguas. Y ahora yo era el que estaba allí.
Llegamos a una pequeña isla con un faro… y miles de pingüinos. Allí llegaban, ponían sus huevos y esperaban a que sus crías nacieran y crecieran lo suficiente para nadar hacía el norte y volver al año siguiente. Solo estaba permitido caminar por un sendero delimitado por unas cuerdas. Los pingüinos en vez de salir corriendo al vernos, se quedaban mirándote, casi como si estuvieran posando. Fue una experiencia muy divertida.
Tierra del fuego
Desde Punta Arenas volví a cruzar la frontera para llegar a Ushuaia, en la tierra del fuego, supuestamente la ciudad más austral del mundo (Puerto Williams. en la parte chilena, está un poco más al sur).
Ushuaia no tiene mucho que ver. Alrededor del puerto está la zona turística con multitud de tiendas de suvenires que se afanan en mostrar a los cruceristas que llegan hasta allí que están en la ciudad más al sur del mundo. A parte de eso, poco más. Pero no muy lejos de la ciudad se encuentra el parque nacional Tierra del Fuego. Una autentica maravilla.
En el parque no había prácticamente nadie. Durante el día a veces me cruzaba con alguna persona, pero por la noche me quedaba solo en la zona de acampada. Pasé dos días recorriendo la zona hasta que algún animal decidió entrar en mi tienda sin usar la puerta mientras yo estaba paseando. Me quedé sin casa. Era el tiempo de volver.
Panadería La Unión
En la parte Argentina de Tierra del Fuego hay tres pueblos. Ushuaia, el más al sur, Tolhuin en el centro, y Rio Grande en el norte. No se me había perdido nada en Tolhuin, pero estaba a orillas del lago Fagnano y pensé que podía ser interesante conocerlo.
Me quede un par de noches en una pequeña cabaña. Tolhuin es un pueblecito bastante agradable para pasear. Pero si hay algo que destaca en él, es la panadería La Unión.
La panadería es el centro neurálgico del pueblo. Las paredes están repletas de fotografías de famosos que pasaron por allí y las vitrinas están llenas de infinidad de sándwiches y dulces con una pinta que te dan ganas de probarlos todos. También era el lugar donde comprar los billetes de autobús para viajar a Rio Grande.
Me coloqué en el lugar que me dijeron para coger el autobús. Espere más de una hora. El autobús no llegaba así que fui a la panadería a preguntar. El autobús no pasaría ese día. No había suficientes pasajeros. Pero las cosas pasan siempre por algún motivo.
Cuando la chica que me atendió descubrió que venía de Málaga fue corriendo a buscar al dueño de la panadería. Resultó que Emilio había nacido en Málaga y la recordaba con mucho cariño. Tenía una fotografía enorme de una vista aérea de la ciudad colgada en la pared de su despacho. No paraba de preguntarme y contarme cosas.
Me invito a quedarme todo el tiempo que quisiera. Pasé un par de días más en Tolhuin aprendiendo a hacer facturas, pastafrola, sándwiches de todo tipo,… Fue una experiencia inolvidable.
Al final el autobús llego.
Hacia el norte
Llego el momento de ir volviendo hacia Buenos Aires, pero aún me quedaban un par de paradas antes de llegar.
De Rio Grande cogí un autobús que me llevó hasta Puerto Madryn, junto a la península Valdés.
La península Valdés es uno de los principales lugares en el mundo para avistar ballenas. Justo cuando yo fui, principios de febrero, no era época de paso de ballenas, pero si se podían ver otros animales.
La península es una zona protegida y solo se podía visitar con un tour organizado. Vimos algunos elefantes marinos descansando en la playa y a unos fotógrafos escondidos esperando que llegara una orca para cazar una de las crías. La orca nunca llegó. Los fotógrafos llevaban más de una semana esperando.
Pero lo realmente asombroso de esos días fue un paseo en barco para avistar delfines que hice al día siguiente.
Estuvimos más de una hora navegando en un pequeño barco sin conseguir ver nada. De repente, cuando ya nos estábamos dando por vencidos, empezaron a aparecer. Cada vez eran más. Nadaban junto a nosotros sin hacernos mucho caso. parecía que llevaran un rumbo fijo. Estaban pescando. De repente, casi por arte de magia, desaparecieron. Al poco apareció un delfín saltando y golpeando con fuerza el agua con su cola. Estaba marcando un lugar. Habían encontrado un banco de peces. Poco a poco fueron apareciendo otra vez el resto de delfines…y pájaros, cientos de pájaros.
Nos contaron que los delfines van rodeando el banco de peces obligándolo a subir a la superficie. Allí los peces se quedan casi sin oxigeno, atontados. Entonces es cuando empieza el festín. Fue realmente espectacular.
Villa Gesell
Continué mi camino hacia el norte, el siguiente destino Villa Gesell, en la costa de la provincia de Buenos Aires. Allí me esperaba un buen amigo que vivió varios años por Málaga y ahora estaba de vuelta en su ciudad ayudando a su familia con la cafetería que tenían en el centro.
Gesell es la típica ciudad costera que en verano se transforma multiplicando su población de forma exponencial cuando, sobretodo, la gente de la capital viaja para pasar sus vacaciones junto a la playa, el resto del año es bastante tranquila. Yo llegué justo a final del verano.
La zona de Gesell originalmente era una zona de dunas en las que difícilmente se podía construir nada, pero Carlos Idaho Gesell se empeño en construir, por lo que a principios de los años 30 del siglo pasado comenzó a plantar pinos para «domar» las dunas. Como curiosidad la primera casa de Gesell tenía 4 puertas de entrada, una a cada lado. Así cuando la arena enterraba una de las puertas, siempre se podría entrar o salir por las otras.
Pasé unos días con mi amigo y su familia en su casa. Fue allí cuando me di cuenta que el viaje ya estaba terminando y que había sido increíble pero que ya era hora de volver a casa y estar tranquilo una temporada.
Todo llega a su fin
Llegue a Buenos Aires 4 días antes de mi vuelo de regreso a España. Después de casi 3 meses el viaje llegaba a su fin.
Me quede en un hostal no muy lejos del obelisco, en pleno centro. Buenos Aires me pareció como si a Madrid de repente la hubieran colocado en Italia. La ciudad arquitectónicamente tiene un cierto aire a la capital de España, pero la vida en ella esta claramente influenciada por el legado que dejaron los migrantes que llegaron de Italia.
Disfrute mucho de Buenos Aires, igual que del resto de un viaje realmente inolvidable, lleno de experiencias que se han quedado grabadas en la parte más bonita de mi memoria hasta el día que me muera.
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