Patagonia, al sur del sur. Situada en el extremo sur del continente americano, actualmente la Patagonia es compartida por Chile y Argentina. Separadas por la cordillera de Los Andes, la Patagonia chilena es húmeda y boscosa, mientras que la Patagonia argentina es una gran meseta desértica.
El nombre de Patagonia se lo dio la expedición de Fernando de Magallanes al llegar en 1520. Durante ese viaje se encontraron con el pueblo Tehuelche o Patagón, que era mucho más grande fisicamente que el europeo. Comenzaron a llamarlos Patagones, ya que en portugués «patagão» significa pata grande, y a la región donde vivían Patagonia.
Con una población de unos dos millones y medio de habitantes repartidos en una superficie de un millón de kilómetros cuadrados (la superficie de España es de medio millón), la Patagonia es de los pocos lugares de nuestro planeta que aún se resiste a la llegada del ser humano. Valles, montañas, bosques, lagos, glaciares y playas son algunos de los lugares que puedes recorrer durante horas o incluso días sin encontrar rastro de civilización. Pura naturaleza.
Preparando el viaje a Patagonia
Suramérica es grande, muy grande. Un viaje de 12 horas es un trayecto «corto», nada que ver con las distancias que manejamos en Europa. Sabía que necesitaría tiempo para recorrer aunque solo fuera una pequeña parte. Junté mi mes de vacaciones, un mes de permiso no retribuido y varios días que me debían de hacer turnos extras. ¡Voila! Ya tenía tres meses libres. Nunca antes había tenido tanto tiempo para viajar.
Ya tenía el tiempo, faltaba la ruta. Varios amigos con los que había convivido en Málaga una buena temporada andaban desperdigados por Suramérica. Decidimos reencontrarnos en algún lugar que nos viniera bien a todas y pasar unos días juntos. Mendoza, en Argentina, sería nuestro punto de encuentro.
Cuando nos separáramos tenía claro que quería poner rumbo al sur. La Patagonia me llamaba. El Perito Moreno, las Torres del Paine, el estrecho de Magallanes,… Todos ellos lugares que siempre habían estado en mi cabeza y que ahora por fin podría conocer.
El comienzo
Llegue a Buenos Aires una mañana de enero, verano en el hemisferio sur, después de unas cuantas horas de vuelo. Por la tarde cogería un autobús hacia Mendoza, así que dejé la mochila en la estación y me di una pequeña vuelta por la ciudad para estirar las piernas. Al final del viaje si que pasé unos días en la capital de Argentina. Buenos Aires me recordó mucho a Madrid, pero a lo grande. Culturalmente quizás tenga más que ver con Italia que con España. Con permiso de los napolitanos, hasta ahora no he probado pizzas más ricas que las que venden en la calle Corrientes.
De Buenos Aires a Mendoza hay unas 12 horas de autobús. Viajaría toda la noche, así que elegí un autobús cama, moderno y cómodo. En mitad de la noche, en mitad de la Pampa argentina, en mitad de la nada, el autobús se paro. Bajamos todos y después de un buen rato apareció un coche viejo del que bajó un señor con una caja de herramientas oxidada. Se metió debajo del autobús y al cabo del rato volvió a salir. El autobús seguía sin arrancar. El tipo se fue y nos fueron distribuyendo en otros autobuses que paraban al pasar. Todo el mundo se quejaba, pero yo hacía tiempo que no podía dejar de mirar al cielo. Nunca había visto tantas estrellas juntas. Mi primera noche, el viaje prometía.
El reencuentro
Algunas horas más tarde de lo previsto llegue a Mendoza y aunque en los últimos dos días habría dormido unas 6 horas en total, no me sentía cansado. Me colgué la mochila y me dirigí a la plaza central de la ciudad. Allí tendría que encontrarme con mis amigos. Después de un rato fueron apareciendo poco a poco y por la tarde ya estábamos todas.
Dos italianas, una griega, una argentina, un sueco y un español. Nos volvíamos a reunir al otro lado del mundo. Fue genial encontrarnos otra vez. Pasamos unos días en Mendoza y luego nos fuimos de acampada a la precordillera de Los Andes. Parecía que nunca nos habíamos separado. Charlamos, reímos, paseamos,…y bebimos mucho vino.
Camino al Pacífico
Después de despedirnos cruce a Chile por el paso de los libertadores, el de más altura de Los Andes. Justo antes de la frontera, está el valle del Aconcagua. Fuera de la cordillera del Himalaya, el Aconcagua es la montaña más alta del mundo. Desde el valle no daba esa sensación ya que no tienes ninguna referencia alrededor para percibir su altura. De todas formas el lugar era increíblemente bonito.
Conseguí que una pareja me llevara en coche hasta Santiago. Una vez que cruzas la frontera comienza un espectacular descenso por una carretera llena de camiones en la que desde lo alto parece que nunca acaban las curvas.
Santiago no tiene mucho de especial. Casi todas las ciudades por las que pasé durante el viaje no tenían mucho de especial. Están estructuradas de forma práctica, en cuadras. En la mayoría lo más curioso de ver es el cementerio.
Pasé un par de días en Santiago y luego me fui a Valparaiso. Allí me volví a encontrar con dos de mis amigas que estaban trabajando en un hostal. Valpo si es una de esas excepciones que vale la pena visitar. Construida entre colinas. Esta llena de «ascensores», funiculares que a modo de autobús suben y bajan las colinas. Una ciudad muy colorida y llena de vida.
Después de unos días en Valpo era hora de poner rumbo al sur. La Patagonia me esperaba.
Mapuches, uno de los pueblos originarios de la Patagonia
Ya que estaría casi tres meses fuera de casa quería hacer algo especial en este viaje. Siempre me han interesado las diferentes culturas del mundo, en especial la de los pueblos originarios. Me fascina descubrir las similitudes y diferencias de las distintas gentes que pueblan nuestro planeta.
Antes del viaje investigue un poco y descubrí que aún quedaba una importante comunidad Mapuche, sobretodo en la Araucaria chilena. Los Mapuches son un pueblo nativo americano que antes de la llegada de los españoles se extendían por todo el norte de la Patagonia. Aún conservan su lengua, el mapudungun, y muchas de sus tradiciones.
La espera
Me propuse hacer un reportaje fotográfico sobre todo lo que rodea a la cultura Mapuche. A través de una amiga que colaboraba con una ONG, conseguí el contacto de una profesora que trabajaba en la universidad de Santiago. Mientras estuve en la capital chilena me reuní con ella. Le conté que pretendía pasar unos días en una comunidad mapuche para retratar su modo de vida y así de alguna manera conservar su cultura. Le gusto la idea y me dio el contacto de un chico que vivía en una comunidad cerca de Temuco, la capital de la Araucaria.
Cuando me reuní con el chico me contó que él llevaba tiempo pensando en hacer algo así. Le pareció una muy buena idea, pero antes de poder entrar en la comunidad tenía que reunirse con los ancianos para que diesen el visto bueno. Paso una semana antes de volverme a reunir con él. Los ancianos no lo veían muy claro y tenían muchas preguntas que respondí lo mejor que pude. Tocaba esperar otra vez.
Al cabo de unos días hablé otra vez con el chico y me dijo que los ancianos habían dicho que no. No veían que beneficio podían tener ellos. Desistí. En parte los entendía, al fin y al cabo no era más que un extranjero que se quería meter en sus vidas. Por lo menos me dio tiempo de conocer la región. La Araucaria esta llena de volcanes, lagos y bosques de araucarias, una especie de pinos con forma de paraguas invertido. Aun con todo mereció la pena la espera.
Patagonia
Me quedaban casi dos meses de viaje, tiempo suficiente para llegar hasta Tierra de Fuego y luego volver a Buenos Aires por la costa atlántica. Toda una aventura que prometo contaros muy pronto en mi próxima entrada. Como siempre os dejo algunas imágenes de esta primera parte del viaje.
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“Cuando estoy haciendo fotos, lo que estoy haciendo en realidad es buscando respuestas a las cosas.” Wynn Bullock