Marruecos. A tan solo catorce kilómetros y medio de Europa nos encontramos con este lugar. Recién llegados podemos pensar que hemos aterrizado en un universo paralelo en el que todo es distinto. Su cultura, religión,…parece que nada encaja con nuestro modo de vida occidental. Pero si abrimos bien los ojos, nos iremos dando cuenta de que no son tantas las diferencias que nos separan.
Durante casi mil años, los musulmanes dominaron la península ibérica, sobre todo la zona de Andalucía, dejando sus conocimientos en ella. Las acequias, la noria de riego, la brújula, los patios ajardinados e infinidad de palabras que aún hoy están presentes en nuestro día a día, son solo algunas de las aportaciones musulmanas a nuestra cultura.
Viajar a Marruecos es de alguna forma viajar al pasado. Cuanto más nos adentramos en este bello país más nos damos cuenta de las semejanzas que compartimos con él. Quizás cuando lleguemos nos sintamos un poco abrumados por la cantidad de gente que de una u otra forma nos intenta vender algo, sobre todo en los lugares más turísticos. Pronto aprendemos que con una sonrisa y un insha’Allah, algo así como «todo puede pasar», la vida se hace más fácil en Marruecos.
Cuando era pequeño recuerdo ir a Marruecos con mis padres. Tendría 9 o 10 años. De ese viaje lo único que recuerdo es una tarde interminable en una tienda de alfombras. Desde entonces y hasta el 2009, 20 años después, no volví a visitar Marruecos. Quizás al tenerlo tan cerca siempre pensé que podría ir en cualquier momento y terminaba yendo a cualquier otro lugar. Pero desde la primera vez que fui de adulto, le he cogido el gustillo y no puedo parar de volver.
En Marruecos he vivido experiencias inolvidables: caminar descalzo por la arena del desierto, escuchar el soplo del viento en Esauira, el restaurante de Mohamed en Chauen,… Pero sobre todo he encontrado personas amables y hospitalarias. De las que vale la pena conocer.
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«Si sabes esperar la gente se olvidará de tu cámara y entonces su alma saldrá a la luz.» Steve McCurry
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